Desde el inicio del lenguaje, los humanos hemos contado  historias para explicar los misterios que nos rodean. Cuando nuestras vidas estaban profundamente arraigadas en la naturaleza, esas historias trataban sobre el sol y la luna, los ciclos del nacimiento, la vida y la muerte, y el equilibrio en toda la vida. Le dieron significado a la vida de las personas y proporcionaron una guía moral para su comportamiento. 
A través de historias, los humanos encontraron conexión entre sí y con algo más grande que ellos mismos, como parte de una red de vida profundamente interconectada. A medida que pasó el tiempo, la ciencia y la tecnología erosionaron nuestra conexión con el mundo natural, y la mayoría de esas historias quedaron en el pasado. Las explicaciones racionales reemplazaron los reinos más intuitivos e imaginativos en los que se desarrollaban las historias de vida. Mientras la humanidad daba un paso de gigante con el avance de la ciencia y racionalidad, perdimos algo precioso en el proceso. El mito representa la otra pierna sobre la que nos apoyamos. No podemos dar el siguiente paso adelante sin mitos guía que nos den significado y dirección. Tampoco podemos movernos adelante sin un rostro femenino de lo Divino para equilibrar y asociarse con el paradigma masculino.