Trabajar para el emperador tiene sus desventajas: está mal pagado, los colegas te envidian… Y, lo que es peor, un pequeño error contable puede hacer que acabes en la prisión Lautumia compartiendo celda con una rata. Esto es lo que le ocurre a Marco Didio Falco, el detective con menos suerte de la Roma imperial. Liberado gracias a la intervención de su madre -¡una humillación más!- Falco acepta el encargo de una familia de libertos enriquecidos para investigar a una novia poco deseable. Parece el caso perfecto: dos clientes vulgares, pero atractivas, una pelirroja cazafortunas, y un buen sueldo por muy poco trabajo. Pero la tarea implica entrar en contacto con algunos personajes curiosos: un cocinero galo que pretende ser un príncipe, una contorsionista que ofrece espectáculos con serpientes y una cotorra deslenguada. Pronto Falco debe añadir a estas preocupaciones dos cadáveres muertos por envenenamiento, un pelotón de frigios con muy malas pulgas, un complot de especuladorers inmobiliarios y, por si fuera poco, la ingente tarea de cocinar un monstruoso rodaballo para Tito César. Para no hablar de lo que supone encontrar un nuevo apartamento, y convencer a su eterna novia, Helena Justina, de que lo comparta con él.